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viernes, 6 de enero de 2017

Hace un año, David Bowie se despedía del mundo con un disco.

El multifacético artista lanzó “Blackstar” hace un año, un nuevo disco de estudio con el cual se despedía del público de manera críptica, a partir de un trabajo que, en el tono vanguardista que lo caracterizó a través de toda su carrera, era atravesado por la idea de la muerte.


Publicado el 8 de enero del año pasado, en coincidencia con su cumpleaños 69, y dos días antes de que se produjera su fallecimiento, Bowie pareció encarnar una vez más una suerte de alter-ego como para poder desde allí expresar sus visiones que, en este caso, tomaron mayor relevancia a la luz de lo acontecido en los días posteriores.

Así como en distintos momentos de su carrera el cantante fue “Major Tom”, “Ziggy Stardust” o “El Duque Blanco”, en este caso se puso en la piel de “Lazarus”, inspirado en el personaje bíblico que volvió de la muerte, para abordar temáticas que seguramente rondaban por su mente ante el inminente y silencioso desenlace.

“Mira aquí arriba, estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no se ven. Tengo drama, no puede ser robado. Todo el mundo me conoce ahora”, reza la letra del tema “Lazarus”, sobre cuyo final expresa “seré libre, libre como un mirlo”.

Producido por su viejo camarada Tony Visconti, “Blackstar” es un disco en donde conviven ambientes oscuros con pasajes de indescriptible belleza, en un plano musical en donde se ponen en juego elementos del drum and bass, el jazz experimental y la música electrónica.

En este contexto, más allá del silencio montado en torno al cáncer que lo acosaba, la muerte de Bowie causó sorpresa y estupor, aunque vale decir que, a diferencia de otros casos, no necesitó del final de su vida para comprobar el impacto que su obra tuvo en la música popular.

Ocurre que los documentales que repasan distintos aspectos de su carrera, como “Five years”, de Francis Whately, o el especial sobre Ziggy Stardust narrado por Jarvis Cocker y producido por la BBC, datan de varios años; del mismo modo que, desde 2013, se lleva a cabo la muestra itinerante “David Bowie is”, que aborda de manera exhaustiva todas sus facetas artísticas.

Es que, precisamente, la marca distintiva de este músico radicó desde su aparición en la vida pública, a finales de los '60, en el particular cruce que puso en marcha entre distintas expresiones artísticas.

Así fueron apareciendo los distintos personajes que encarnó a lo largo de su carrera, con puntos muy altos para la cultura popular, como el caso de Ziggy Stardust que, a principio de los '70, revolucionó al rock a partir de la teatralidad de su propuesta.

Más allá de haber puesto fin a la era del “rock con mostacillas”, con esta propuesta, Bowie se convirtió en una especie de vocero que reflejaba el sentir de grupos desplazados por la sociedad, como ocurrió con la comunidad gay.

Sin embargo, la palabra que mejor define el andar artístico de Bowie es la vanguardia porque terminada esta etapa, llegó la era del “plastic soul” -nombre dado por los negros a los blancos que encaraban este estilo-; la “trilogía de Berlín”, en donde redefinió la manera de componer con un sonido trabajado por capas; el pop ochentoso enrolado en el Adult Orient Rock; o los experimentos de música industrial de los '90.

En este aspecto, este artista supo asociarse a distintos productores y guitarristas en distintas etapas, que orientaron sus búsquedas y enriquecieron sus propuestas, tal el caso del mencionado Visconti, Brian Eno y Nile Rodgers, en el primero de los casos; y Mick Ronson, Earl Sick, Adrian Belew y Carlos Alomar, en el segundo.

Pero lo más interesante en el caso de Bowie es que el paso de los años y la despedida planificada en silencio no lo llevó a repetir fórmulas, ni a echar mano a viejos repertorios con garantía de éxito, sino que apostó a arriesgar con nuevos sonidos.

Tras un retiro de la vida pública en 2006, el músico volvió a las bateas en 2013 con “The next day”, un disco que puede ser ubicado entre los mejores de su extensa carrera, en donde apeló a una metodología de trabajo que recordaba a la “trilogía de Berlín”, aunque con un resultado más crudo.

El lanzamiento de “Blackstar” volvió a sorprender, tanto por aparición sorpresiva como por el estilo musical y la temática abordada, aunque todo eso quedó en un segundo plano ante la desaparición física de Bowie.

Mientras todas las crónicas recordarán al 2016 como un año fatídico para la música por la cantidad de estrellas que murieron, y el nombre de Bowie aparecerá como el primero en una larga lista, tal vez lo más apropiado sea pensarlo como el período en que este músico prefirió darle un carácter artístico a su despedida y montar un gran acto final.

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